El papa Francisco cumple hoy cinco años de pontificado al frente de la Iglesia Católica, en medio de tensiones entre sus intentos reformistas, la resistencia de sectores conservadores en la Iglesia y su cada vez más claro cortocircuito con el gobierno argentino que encabeza el presidente Mauricio Macri.
Aquel 13 de marzo de 2013, los argentinos en general más allá de su credo sintieron una sensación de orgullo cuando un compatriota, Jorge Bergoglio, se convirtió en el primer no europeo en sentarse en el trono de Pedro, luego de la renuncia casi inédita de su antecesor, el alemán Joseph Ratzinger, que había gobernado como Benedicto XVI.
“Recen por mí”, les dijo el religioso nacido en el barrio porteño de Flores a los miles de fieles reunidos en esa ocasión en la sala San Pedro, dando muestras de su intención de cambiar la forma dialéctica del papado para quitar todo vestigio de un opulento gobierno y transformarse en un humilde pastor, fiel a su formación franciscana.
En nuestro país, el impacto fue contundente: más allá de las cuestiones sociales y políticas, un argentino se había colocado en el centro de la escena mundial y no era en el plano deportivo.
A partir de ese shock inicial, Francisco inició su discurso reformador para levantar una Iglesia que día a día pierde fieles a manos de otros cultos cristianos y a causa de los problemas para acompañar cambios sociales, mientras que cada vez se corre el velo sobre algunos problemas graves como la pedofilia en el seno de sus instituciones.
Sus posturas le valieron aceptación en actores sociales muchas veces alejados de la Iglesia, pero también resquemor entre los sectores conservadores. Es que, por ejemplo se manifestó proclive a la aceptación de homosexuales en las iglesias al manifestar; “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo?rdquo;.
En cuanto a su política por el tema de los abusos de chicos en colegios y otras instituciones de la Iglesia, el Papa pareció ceder su impulso inicial y los cambios que se imponen no tendrían la velocidad deseada.
Francisco, en cambio, se movió con mayor comodidad en el terreno geopolítico, con su habitual habilidad para emitir definiciones, en ese caso dirigidas en pos de la paz mundial y el respeto a otras religiones.
“Hagan lío”, les dijo en Río de Janeiro a una multitud de jóvenes en lo que pareció ser una apelación a un credo movilizado, más allá de la rigidez de la doctrina.
En la Argentina, si bien mantiene el acompañamiento de amplios sectores de la población, especialmente los más ligados a la Iglesia, la novedad del Papa empezó a ser esmerilada en especial por la resistencia de Bergoglio a visitar su propio país, a pesar de haber estado en casi todos las naciones limítrofe.
Esa postura del máximo pastor de la Iglesia parece emparentada con su reticencia, aparentemente ideológica, con la administración macrista, que este año pareció desafiar su autoridad al colocar en el debate legislativo el tema del aborto no punible.
Del mismo modo, cedió el ejercicio casi cotidiano de políticos argentinos que viajaban al Vaticano para lograr la foto con el Pontífice, tomada en un momento como condición fundamental para demostrar estatura dirigencial. Ese indicio de posición política le fue sumando a Francisco, junto a su aversión a las rostros más desagradables del capitalismo, adhesiones en diversos sectores de la oposición, especialmente en el peronismo.
En ese ítem se inscribe el kirchnerismo, que tuvo entre ceja y ceja a Bergoglio en su época de cardenal y arzobispo de Buenos Aires, pero apenas asumido como Papa sus dirigentes dieron un golpe del timón al tomar nota de la adhesión popular que generaba esa última novedad.