Romina Atencio es coach y mentora de mujeres y parejas. Para cualquier consulta, comunicarse al correo electrónico [email protected]. Instagram: @diosalmica. YouTube: @rominaatenciocoaching.
Hay vínculos que parecen amor, pero en realidad son espejos rotos.
Al principio, todo brilla: las palabras son dulces, la atención constante, la conexión parece mágica. Sentís que finalmente encontraste a alguien que te ve, que te elige, que te hace sentir especial. Pero con el tiempo, algo se empieza a apagar adentro. No sabés bien en qué momento ocurrió, pero lo que antes era calma ahora es ansiedad, lo que antes era ternura ahora es confusión.
Estar en una relación con una persona narcisista no siempre se nota desde el principio. De hecho, muchas veces se siente como estar con alguien muy carismático, seguro de sí mismo, encantador. Pero con el correr de los días, tu cuerpo empieza a hablar: se tensa, se cansa, se llena de dudas.
Tu alma también lo sabe: esa voz interna que alguna vez fue clara y serena comienza a llenarse de ruido. No se trata de juzgar ni de etiquetar. El narcisismo no es una maldad consciente, sino una desconexión profunda del alma. Quien vive desde el narcisismo necesita constantemente la mirada del otro para sentirse valioso. No sabe sostener su propio brillo, por eso busca alimentarse del brillo ajeno.
Y si vos sos una persona empática, amorosa, sensible... probablemente te convertís en su alimento favorito.
Cuando hablamos de una persona narcisista, no hablamos de alguien que se ama mucho, sino de alguien que no sabe amarse verdaderamente.
El narcisismo nace del miedo: miedo a no ser suficiente, a no ser visto, a no ser especial. Por eso, necesita crear una imagen perfecta de sí mismo y sostenerla a toda costa.
En una relación, esto se traduce en comportamientos sutiles pero profundamente dañinos: manipulación emocional, falta de empatía, negación de los sentimientos del otro, necesidad constante de admiración y control.
A diferencia de un psicópata -que busca dañar de manera consciente-, el narcisista muchas veces ni siquiera es plenamente consciente de su impacto. Simplemente actúa desde su herida. Pero esa herida puede arrasar con la paz emocional de quien está a su lado.
La energía del narcisista es absorbente: te atrae, te envuelve y, sin darte cuenta, empezás a girar en torno a él. Su amor parece un refugio, pero es un laberinto.
El narcisista busca la manipulación emocional.
1. Te idealiza... y después te evalúa. Al principio te pone en un pedestal. Sos “la persona más maravillosa del mundo”, “nadie lo entendió como vos”. Te sentís vista, valorada, casi elegida por el universo. Pero, de pronto, algo cambia. Empiezan las críticas sutiles, los silencios, las comparaciones. Ya nada de lo que hacés parece estar bien.
Es el ciclo del narcisista: idealizar, devaluar y, finalmente, descartar. Pero el descarte no siempre es físico; muchas veces es emocional. Se quedan, pero te hacen sentir sola.
2. Tu intuición empieza a apagarse. Sentís que algo no está bien, pero no podés explicarlo. Dudás de vos misma. Te decís: “Seguro estoy exagerando”, “quizás soy yo la sensible”.
Esa confusión es una de las armas más fuertes del narcisismo: hacerte dudar de tu percepción. Cuando tu intuición se apaga, el control del vínculo cambia de manos.
3. Te sentís agotada emocionalmente. Es una relación que te deja sin energía. No sabés por qué, pero cada encuentro te deja vacía. Tu cuerpo se tensa, tu mente se llena de pensamientos circulares, tu pecho pesa. Es el alma intentando avisarte que algo no vibra con tu verdad.
4. Te hace sentir culpable por tener emociones. Si te enojás, sos “dramática”. Si llorás, “estás loca”. Si te quejás, “nunca estás conforme”. Con el tiempo, empezás a esconder tus emociones para no ser juzgada. Y ahí, lentamente, te desconectás de vos misma.
5. Vivís pendiente de su estado de ánimo. Si está bien, respirás. Si está mal, te paralizás. Tu día depende de cómo amanezca él. Este tipo de vínculo genera una adicción emocional. Sentís que solo estás en calma cuando él está en calma. Pero esa no es paz, es supervivencia emocional.
6. Sentís que nada alcanza. No importa cuánto hagas, nunca parece suficiente. Y lo peor es que empezás a creer que realmente el problema sos vos. Esa es la trampa más cruel del narcisismo: hacerte olvidar tu valor.
El cuerpo no miente. Cuando estás en una relación con un narcisista, tu cuerpo empieza a hablar mucho antes de que lo hagas vos. Se manifiesta con ansiedad, cansancio extremo, insomnio, dolores musculares, palpitaciones o una sensación constante de estar alerta.
Vivís en modo “supervivencia”, esperando el próximo estallido, la próxima crítica o el próximo silencio. Tu alma también se enferma. Esa parte luminosa y sabia dentro tuyo -la que solía guiarte, inspirarte, darte fuerza empieza a apagarse. Dejás de reconocer tu reflejo. Ya no sabés si amás o si simplemente necesitás que el otro vuelva a mirarte como al principio.
Te desconectás de la alegría, de la creatividad, de tus pasiones. Todo gira en torno a mantener el equilibrio emocional de alguien más. Y cuando eso pasa, ya no es amor. Es dependencia, es miedo, es la ilusión de que si lográs hacerlo feliz, él te va a amar como al principio.
Pero el narcisista no ama desde el alma. Ama desde el ego. Y el ego siempre quiere más, pero nunca se sacia.
A veces no es casualidad que una persona empática, luminosa y amorosa atraiga a un narcisista. No porque haya algo “malo” en vos, sino porque hay algo inmensamente bueno: tu capacidad de dar, de sostener, de comprender.
El narcisista ve en vos lo que no puede ver en sí mismo: autenticidad, conexión, ternura. Y al principio se siente atraído por eso. Pero luego, como no sabe sostener la profundidad del amor real, intenta controlar, apagar o moldear esa luz.
Desde la mirada del alma, cada vínculo tiene un propósito. El encuentro con un narcisista no llega para castigarte, sino para mostrarte en qué parte de vos misma dejaste de poner límites, en qué momento confundiste amor con entrega total, o cuándo empezaste a creer que para merecer amor tenías que salvar al otro.
El narcisista es, en última instancia, un maestro incómodo. No para volver a él, sino para volver a vos.
Romina Atencio
Sanar no es odiar. Sanar es elegir no repetir.
Sanar es reconocer que lo que viviste dolió, pero también te despertó. Volver al cuerpo es el primer paso. Escuchá tu respiración, tu pulso, tus tensiones. El cuerpo guarda las memorias del alma, pero también tiene el poder de liberarlas.
Después, volvé a la voz interna. Esa que quizás callaste por tanto tiempo. Preguntate: ¿qué necesito hoy? ¿qué me hace bien? ¿qué deseo realmente? No busques respuestas afuera. La sabiduría está adentro.
La sanación también se trata de perdonar. No para justificar, sino para liberar. Perdonar es cortar los lazos energéticos que aún te atan al dolor. Perdonar es decir: “Ya aprendí la lección, ahora vuelvo a mí”.
El verdadero amor no duele, no controla, no apaga. El amor real no se construye desde la necesidad, sino desde la libertad.
Cuando amás desde el alma, no querés poseer al otro, querés verlo libre y pleno. Y cuando te amás desde el alma, no necesitás que nadie te elija, porque vos ya te elegís cada día.
Si hoy estás saliendo de una relación con un narcisista, no te juzgues. No fuiste débil. Fuiste amorosa. Pero el amor, sin conciencia, puede transformarse en entrega ciega.
Y ahora es momento de volver a encender la luz interna, esa que nunca se apagó del todo, solo estaba esperando que la volvieras a mirar. Porque amar no es desaparecer en el otro.
Amar es recordarte a vos misma incluso cuando estás acompañada. El narcisista puede haberte mostrado tu vulnerabilidad, pero también te reveló tu poder. Te enseñó -desde el dolor- a poner límites, a confiar en tu intuición, a no negociar tu paz por un poco de amor prestado.
No todos los amores llegan para quedarse. Algunos llegan para despertarte. Y si ese fue tu caso, agradecé desde el alma, con amor puro y sin rencor, porque cada experiencia que atravesás te devuelve a tu centro, a tu verdad, a tu luz. El alma siempre sabe el camino de regreso. Solo necesita que vuelvas a escucharla.
Con amor, Romi.
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