Cambiemos esperaba un diciembre más sosegado a partir del triunfo electoral y el recambio legislativo. No fue así, pues el kirchnerismo plantea un estilo de oposición acérrima, que también dirige a los peronistas componedores.

Cuando el kirchnerismo ganaba las elecciones, tenía por lógica costumbre esperar al recambio legislativo para el tratamiento de proyectos que postergaba hasta entonces.

Lo hacía aun contando con los números para aprobarlos, como por ejemplo en 2005, a fin de dar luego muestras contundentes de poder. Y cuando pasaba lo contrario, como en 2009, ahí apuraba el tratamiento de temas, cuestión de congelar luego el Parlamento cuando sucediera el recambio.

De hecho, ese año hasta habían adelantado las elecciones, por lo que tuvieron tiempo suficiente para hacerse a la idea de lo que venía y aprovecharon en consecuencia durante varios meses esa mayoría que les había habilitado la elección anterior.

Resultó comprensible entonces que el gobierno de Cambiemos decidiera postergar el tratamiento de los temas que le interesaban hasta que se produjera el recambio legislativo. Pero la espera no le garantizó un tránsito apacible, más bien lo contrario.

Cierto es también que hasta ahora Cambiemos no ha podido transitar diciembre sosegados: ya en 2016 el gobierno asistió a la experiencia de ver cómo el massismo y el kirchnerismo se unían para asestarle una dura derrota con el tema del impuesto a las Ganancias. Esa vez -como este año- fueron los gobernadores peronistas el recurso final del gobierno para revertir la situación.

El trajín de las últimas semanas ha permitido al menos tener una acabada síntesis del panorama que se manifiesta en ambas cámaras, dejando claro que aun habiendo mejorado sustancialmente su plantel legislativo, no le será sencillo al oficialismo imponer sus leyes.

Quedaron claras también las diferencias entre la propia oposición y las dificultades que tendrán los gobernadores para alinear a los legisladores que supuestamente debieran responderles.

Lo que surge de la experiencia de estas sesiones del mes de diciembre es la existencia en Diputados de una oposición kirchnerista mucho más belicosa. Va a extrañar Cambiemos a Héctor Recalde, que si bien siempre fue crítico, tenía características más componedoras que su sucesor. Agustín Rossi tiene el récord de no haber estado nunca en el llano como legislador. Desde una banca de concejal rosarino, pasó a presidir en 2005 el bloque oficialista en la Cámara de Diputados de la Nación, cargo que mantuvo hasta 2013, cuando Cristina Kirchner lo puso al frente del Ministerio de Defensa.

Ahora volvió a Diputados y es nuevamente presidente, aunque ya no de un bloque oficialista y mayoritario. Es opositor -mucho- y ni siquiera es la primera minoría, pero esa bancada está dispuesta a complicarle la existencia a Cambiemos.

Si no es ganando las votaciones, pues no tiene el número para hacerlo por sí solo, el objetivo es asestarle al gobierno todos los traspiés que puedan ser posibles, como el del 14 de diciembre, cuando consiguieron hacer caer la sesión, utilizando para ello recursos no del todo sanctos, como el de negar un quórum que se había alcanzado en la práctica, y tratar de imponer esa postura por las buenas o... como fuera.

Ese accionar motivó justamente una denuncia del gobierno contra un puñado de diputados de la oposición kirchnerista y la izquierda. El hecho no registra antecedentes por su magnitud, pero tampoco lo tenían los incidentes del 14D, dentro y fuera del Congreso. La acción judicial impulsada la semana pasada por el Ministerio de Seguridad de la Nación despertó solidaridades circunscriptas a los espacios denunciados, y anticipa un endurecimiento aún mayor entre el bloque FpV-PJ y Cambiemos. Se verá cuando el Congreso vuelva a funcionar en febrero, con un número interminable de cuestiones de privilegio en el inicio de esa primera sesión.

Pero el rival del bloque kirchnerista -la mayoría de sus 65 integrantes responden a la ex mandataria- no es solamente la bancada de Cambiemos. También lo son los bloques Justicialistas, creados a instancias de los gobernadores y con los que el gobierno nacional ha resuelto negociar. La rivalidad es sobre todo con el bloque del Senado, a cuyo presidente, Miguel Pichetto, Agustín Rossi ha cuestionado con nombre y apellido refutando la condición de “oposición responsable” que reivindica el rionegrino y que el diputado califica peyorativamente como “seguidismo oficialista”.

Esos cuestionamientos, que el senador rechaza reivindicando para su espacio la condición de “oposición racional y democrática”, se multiplicarán en el tiempo, graficando de paso las divisiones que subsisten en el peronismo.

Esas críticas se repiten en la Cámara alta, a través del bloque de Cristina Kirchner. Reducido a apenas ocho legisladores, la ex mandataria ha bajado la línea de hacer de ese bloque reducido un espacio que monopolice la oposición más cerrada. Harán causa común con otras bancadas, como la de Compromiso Federal de Adolfo Rodríguez Saá, quien aparece ahora muy cercano a la ex mandataria. No solo en los discursos: también geográficamente, pues se sientan uno al lado del otro, separados por un pasillo.

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Cristina Fernández ha dejado claro desde el primer discurso de su vuelta al Senado -este es el cuarto período que encara- que piensa hacer una oposición dura. “Voy a discutir todo”, anticipó, dejando claro luego que a ella no le gusta “nada” el gobierno de Cambiemos. Será la Cristina del llano, la previa a 2003 en el Congreso, cuando se oponía a todos los oficialismos, aun los propios, desde una posición más minoritaria que la que hoy ostenta.

Son un bloque reducido -solo ocho senadores-, pero se harán escuchar: en cada sesión hablarán todos, y CFK, a pesar de no presidir el bloque -cargo que ostenta Marcelo Fuentes-, será quien cierre los debates, como si presidiera en realidad esa bancada. Tendrá así más tiempo para exponer y lo hará inmediatamente antes de Pichetto, como para marcarle también la cancha al rionegrino: su contrafigura, el hombre con el que rivaliza en el control de todos los hilos partidarios.

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