Llegar. Primero a las elecciones y luego al 10 de diciembre. La magnitud de la crisis le otorga al trascurrir de unas pocas semanas la dimensión de una épica.
Ese "llegar" supone hacerlo sin colapso, sin que se desboquen las variables básicas de la economía. Implica una suerte de resignación, como la que expresaba el personaje de Roberto Fontanarrosa cuando a la pregunta de cómo estaba respondía: "mal, pero acostumbrao".
Subyace la conciencia que podemos estar peor, de allí la modestia de las aspiraciones en el corto plazo. Evitar una espiralización de la inflación, el default agresivo de la deuda y el corralito sobre los depósitos son las prioridades de la actual gestión económica. Se entiende. Con reservas en estado crítico, sin los recursos del Fondo Monetario Internacional (FMI), la actividad económica en el subsuelo y los precios en ascenso la canción de la hora es Resistiré y el lema de campaña "Si, se puede llegar".
Mientras la estrategia del gobierno radica en contener los votos del pasado 11 de agosto y apelar una vez más al miedo para sumar algunos puntos convocando a la unidad del no peronismo, Alberto Fernández y sus referentes económicos continúan su giro al centro buscando despejar temores del círculo rojo local y los mercados externos. Frente al fantasma de Venezuela que agitan algunos voceros de Juntos por el Cambio desde el Frente de Todos reivindican la estrategia utilizada en su momento desde el más cercano y nada intimidante Uruguay para renegociar la deuda con más plazos y sin quitas.
Para enfrentar los desafíos de los eventuales primeros meses de gestión se propone un acuerdo de precios y salarios recreando la mística peronista de sindicatos, empresarios y Estado concertando en una mesa.
Ese contexto todavía no cuenta con el texto específico de un plan económico. Es lógico. Abundar en detalles no solo implica riesgos electorales sino también restar eficacia a cualquier medida que se quiera adoptar. Todos los actores buscarían anticiparse y los efectos se diluirían antes de aplicarse.
Lo mismo sucede con los nombres propios. Habrá que esperar para saber quiénes serán las mujeres y los hombres que encarnen la próxima etapa. Octubre comenzará con la confirmación del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) de que la pobreza y la indigencia llegan al récord de la era Macri (35 por ciento y 7 por ciento, respectivamente) y de la última década.
Más de 3,5 millones de nuevos pobres en cuatro años de gestión serán el marco para los dos debates presidenciales. Resulta previsible esperar que los competidores recuerden antiguos compromisos con la "pobreza cero" y otras tantas promesas hoy devaluadas como resultado de la corrida cambiaria.
También es esperable el cruce de consignas entre la herencia y la herencia de la herencia por parte de los dos principales candidatos y los esfuerzos de los otros cuatro por lograr algún golpe de efecto que les permita no tanto mejorar la performance electoral como obtener un efímero trending topic o viralizar breves videos en whatsap.
La excesiva reglamentación de los debates le quita espontaneidad y la cuasi certeza del resultado electoral del próximo 27 de octubre reduce su atractivo. Cuesta creer que puedan darse en ambos encuentros sorpresas que modifiquen sustancialmente el registro de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO).
Probablemente les dé a los ya convencidos mas material para el último tramo de la campaña y le otorgue menos razones a la pequeña tribu de los indecisos. Parece difícil que pueda competir con los dos superclásicos por la semifinal de la Libertadores, encuentros que prometen más adrenalina dentro y fuera de la cancha.
La política parece haber consumido el 11 de agosto pasado toda la expectativa electoral. Todos parecen estar más interesados en el partido que comenzará a jugarse el 28 de octubre y que nos encontrará disputando por escapar de la zona de descenso.
(*) Gustavo Marangoni es analista político
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