Trabajan juntos hace tres años y consiguieron un modelo de gestión que va camino a convertirse en un punto de inevitable referencia en la larga historia de River por los logros deportivos, de liderazgo y de proyección
  • La confianza fue la piedra basal del vínculo: cada uno respetó los tiempos y las decisiones del otro
  • En la primera reunión, el DT le dijo que no se opondría a ninguna venta, con excepción de Maidana
  • El presidente comenzó a ir a las cenas mensuales del plantel, invitado por Gallardo
  • Tras perder 5-0 con Boca en Mendoza, Gallardo escuchó una frase de D'Onofrio que marcó la relación

Rodolfo D'Onofrio llevaba seis meses en la presidencia cuando le escuchó decir a Ramón Díaz que renunciaba a pesar de haber salido campeón. Disfrutó el título durante pocas horas porque debía pensar en cómo reemplazarlo. Pensó en los traumas de la era post Ramón que en su momento padecieron David Pintado, Alfredo Davicce y José María Aguilar, todos ex presidentes del club. Pero Enzo Francescoli tomó las riendas del problema y resolvió rápido: fue a buscar a Marcelo Gallardo, de quien tenía las mejores referencias por su primera experiencia como DT en Nacional de Uruguay.

El presidente se juntó con el Muñeco cuando el arreglo ya estaba cerrado. De aquella charla, recuerda lo que dijo Gallardo sobre alzar la vara, la excelencia en el juego, la competencia constante y la apuesta internacional. Se sorprendió más cuando el técnico marcó postura respecto al plantel: “No me voy a oponer a ninguna venta. El club necesita ingresos, y yo voy arreglarme con este plantel. Quiero que vuelvan Mora y Sánchez, que son del club, y que Ponzio se quede. Pero sólo le voy a pedir que no vendan a Maidana. El resto es decisión de ustedes”, dijo.

Su interlocutor quedó impactado. Gallardo pedía poco y ofrecía mucho. La fórmula del éxito daba ganancias pocos minutos después de su firma.

A los seis meses, con sólo dos refuerzos (Julio Chiarini y Leonardo Pisculichi), con la revalorización de los recursos ociosos (Rodrigo Mora, Carlos Sánchez y Leonardo Ponzio) y con la potencialización de lo que ya tenía (Ramiro Funes Mori, Matías Kranevitter, Teófilo Gutiérrez y Ariel Rojas, entre otros) el Muñeco logró que su empresa cotizara alto en la bolsa deportiva. Ganó un torneo internacional -la Sudamericana 2014- que para River era agua en el desierto, y salió segundo en el torneo local.

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El primer fuego, el festejo millonario de la Sudamericana 2014
El primer fuego, el festejo millonario de la Sudamericana 2014

Para los que manejan cuestiones empresariales, la ecuación del Muñeco era indiscutida y lo que más valoraron D'Onofrio y la dirigencia en ese entonces fue que esa paz deportiva post Ramón le dio aire para acomodar las cuentas y encaminar un balance económico que al año siguiente saldría del rojo. Al Muñeco le dejaron un trabajo por hacer. En verdad, él mismo ofreció una serie de objetivos y, a medida que los días pasaban, D'Onofrio descubría que no le hacía falta estar husmeando a cada rato cómo iba el proceso.

El que conduce delega y el presidente sintió que con Gallardo iba a tener tiempo para dedicarle su esfuerzo a las cuestiones institucionales, sin tener que bajar al llano a resolver cuestiones del fútbol. La confianza se empezó a construir ahí mismo, en lo que ni D'Onofrio ni Gallardo necesitaron pedirse. El plus fue que, además, el dirigente iba a su palco en cada partido a disfrutar del juego del equipo sin tener que hacer evaluaciones políticas de los costos de un resultado.

Fue entonces que la relación entre el presidente y el entrenador empezaba a pasar de lo profesional a lo personal. Al menos una vez al mes, Gallardo lo invitaba a las cenas del plantel en la concentración. Las largas tertulias de fútbol y de la vida hicieron que ambos se sintieran cómodos en el asunto y lo resultados mejoraban todo. Había un dato que ambos valoraban del otro: la coincidencia entre el discurso público y privado. Gallardo debe ser uno de los pocos protagonistas del fútbol que no se tapa la boca para hablar con el árbitro, para dar una indicación o para hacer un cambio. Eso para D'Onofrio fue un medallón de oro. Al Muñeco le pasaba lo mismo, porque lo que le escuchaba en las sobremesas, luego lo leía o lo escuchaba en los medios. La inexistencia de doble discurso fue un eslabón más que poderoso.

"No me voy a oponer a ninguna venta (...) Pero sólo le voy a pedir que no vendan a Maidana", le dijo Gallardo a D'Onofrio en la primera reunión que tuvieron.

Pero en el verano de 2015, River perdió 5-0 con Boca en Mendoza, poco antes de jugar la Recopa con San Lorenzo. El clima se puso raro en el ambiente y sucedió algo que Gallardo no olvidaría jamás, un momento que sería fundamental a la hora de decidir quedarse en el club a fines del 2016. El Muñeco estaba sólo en un lugar del hotel Hyatt cuando apareció D'Onofrio. Estaban solos, y en ese momento, sin testigos, el presidente de River le dijo al Muñeco algo que lo marcó: “Vos te podés quedar acá hasta que termine mi mandato. Nada de lo que pase, ni el peor de los resultados, hará que terminemos tu contrato”. El DT le creyó. Sentía que era verdad, que no había política en el medio, y que las palabras de hacer un proyecto a largo plazo tenían un respaldo público, pero sobre todo privado.

Después de esa charla, con la Recopa en la vitrina y mientras pensaba en el equipo para la Libertadores, su nuevo desafío, el Muñeco le dijo a D'Onofrio que quería remodelar y modernizar el predio de Ezeiza. Seguía levantado la vara, ahora desde lo institucional. De una pequeña crisis —la estrepitosa caída contra Boca— salió una oportunidad. Bien a tono con el manejo de las grandes empresas.

Gallardo se sintió con resto absoluto para imaginar un futuro mucho más grande que el que le ofrecían las copas. Las obras son las que duran para toda la vida.

El DT sentía que al club le faltaba algo en el espíritu de inferiores. Muchos clubes de Primera tenían en su predio de inferiores un lugar de referencia, un sitio que es más que un lugar. Ese lugar debía ser Ezeiza para River. Por eso dejó los vestuarios de la Primera para los pibes e hizo construir otro espacio, justo al lado del anterior, para que los pibes lo tengan a mano, para que lo miren, para que lo sientan propio. Hasta se las ingenió para proyectar las canchas casi pegadas, y ahora es habitual ver cómo los más chicos pasan y observan a los grandes entrenar. Un sueño, una imagen. Sello Gallardo.

D'Onofrio se enamoró del proyecto. Sentía que hablaba el mismo idioma que el DT. “River no es sólo la pelota”, había dicho mil veces. Juntos dieron el primer paso para el River Camp. La actuación de Guillermo Cascio, secretario general y mano derecha de D'Onofrio, fue clave: pasó a sentarse a esa mesa que compartía la ya aceitada fórmula. Gallardo pasó casi un año yéndose del predio cuando sólo quedaban los empleados, se reunió decenas de veces con los ingenieros y los arquitectos, y cada idea era charlada con Cascio.

No fue casual que cuando se inauguró el predio, Gallardo se abrazara con Cascio, quien atravesaba una enfermedad compleja contra la que aún pelea. El secretario fue indispensable en todo ese proceso porque ejecutaba al instante el trabajo del DT, porque no le sacó la vista de control a la obra y porque no puso reparos a los gastos y las compras que sólo eran posibles con su firma.

El trabajo en equipo, caballito de batalla de la campaña, funcionaba a la perfección. El Muñeco se ocupó del armado de toda la maqueta: desde el diseño de los vestuarios hasta la ubicación de los aspersores de agua. La fórmula del éxito crecía.

La conducción de ambos cada vez tenía más puntos de coincidencia, en especial con sus grupos de trabajo: nunca saldrían a la luz diferencias, peleas o broncas. Parecían tal para cual. Nadie criticó o se quejó públicamente de Gallardo. De D'Onofrio, tampoco.

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D'Onofrio en pleno campo de juego de Boca, la noche del gas pimienta

La Libertadores y la participación en el Mundial de Clubes fue el mejor cierre de esa primera etapa y los discursos de ambos empezaron a calcarse: los conceptos de equipo, seriedad, trabajo, humildad, coherencia y proyecto ya estaban afirmadas en el espontáneo diccionario de los dos. Volver a Japón era volver a ser River, ese eslogan de campaña que fue una promesa y que se hacía realidad a una velocidad que ni los más osados soñadores hubieran imaginado. A dos años de haber asumido D'Onofrio, y a un año y medio de haber empezado el proyecto del Muñeco, estaban jugando contra el Barcelona.

Los futbolistas que Gallardo potenció en el primer equipo se vendían por millones de dólares, la marca del club trascendía fronteras, los sponsors mejoraban sus contratos, la tesorería bailaba en una pata. D'Onofrio empezó a darse cuenta de que su reelección iba a ser inevitable. Gallardo tenía todo lo que pedía, y D'Onofrio recibía las loas de un proyecto deportivo que generaba, además de buenos resultados, un superávit en todas las áreas.

El 2016 fue año de transición por el cambio de plantel. La Libertadores se acabó en la fase de octavos, luego de un semestre donde el equipo se relajó y los nuevos no lograron adaptarse. Pero siempre hay un nuevo modo de reinventarse y Gallardo decidió volver a Orlando a una pretemporada larga para apuntar a dos objetivos puntuales: una nueva Recopa y la Copa Argentina.

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D'Onofrio se puso a dar pelea en la AFA, respaldado por todo lo que había generado en el club y acompañado por una serie de dirigentes nuevos que lo observaban como parte de una renovación.

Los dos ganaron a su manera. El Muñeco, porque logró dos títulos más y mandó a River a la Libertadores que ahora disputa. D'Onofrio, porque a pesar de perder la interna con Daniel Angelici y quedarse solo, consiguió posicionarse en la opinión pública como un dirigente alejado de los manejos enturbiados de la calle Viamonte. Así, la proyección de la fórmula llevó a uno a ser candidato para la Selección, y al otro a que lo llamaran cientos de políticos para sacarse una foto y sumarlo a las campañas electorales. Todo estaba ordenado, pero apareció la posibilidad de la salida del DT y el panorama cambió.

Eso podía empujar a D'Onofrio a un año sin paz, y con el cansancio a cuestas no era buena idea la reelección. En las políticas de los clubes, en general la variante del fútbol es definitoria. La parte final del mandato sin Gallardo sería un escenario nuevo para el presidente, porque mientras debía ordenar las cuestiones políticas, tendría que conducir la era post Gallardo en tiempos de elecciones. Dudó. Fueron días de angustia y alegría. La felicidad de la Copa Argentina y el pase a la Copa del 2017 se mezclaba con la incertidumbre de saber qué haría el Muñeco.

Diciembre no sólo ardía por el calor. Ambos se vieron las caras en Ezeiza un par de días antes del anuncio y en ese momento no hablaron del tema: los dos respetaron la decisión y la tensión de la espera. Ni D'Onofrio le preguntó qué iba a hacer, ni Gallardo insinuó nada. Hablaron de la vida, de los temas del momento, de las obligaciones, de no poder disfrutar por las exigencias de un nuevo desafío y del paso del tiempo. River luego ganó en Bahía Blanca y nunca una conferencia de prensa del DT post partido tuvo tanta expectativa. El protagonista no anunció nada y pidió unos días.

Ese fin de semana, luego el partido con Olimpo, el Muñeco llamó a D'Onofrio y le dijo que iría a verlo al club a la mañana siguiente para comunicarle su determinación.

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D'Onofrio fue el primero en el club en enterarse de que Gallardo iba a seguir hasta el final del mandato. El presidente, que miraba de reojo no encarar un nuevo proceso electoral, se dio cuenta de que, al seguir Gallardo, podría pensar en paz y tranquilo su proyecto de cuatros años más. Otra vez la fórmula del éxito ofrecía el mejor final y otra vez acompañado por un semestre de objetivos cumplidos, por el pase a la segunda fase de la Libertadores -del mejor modo posible- y porque la pelea por el título que incluye la plaza en la Copa del 2018 se estaba cumpliendo. En estos días, el presidente del club ya les dijo a todos que va a presentarse y, mientras Gallardo sigue al mando del timón de la pelota, él ya diagrama el segundo mandato. “Hay que ir siempre por más”, dijo el Muñeco cuando asumió. Eso mismo dirá D'Onofrio cuando le corra el telón a su fórmula.

Nada dura toda la vida, y si bien parece inevitable que a fin de año Gallardo se vaya y la fórmula se separe, D'Onofrio tiene el sueño de conservarlo. Sería el sueño perfecto, algo que podría revolucionar aun más el fútbol argentino: un DT superando la barrera del lustro al frente de un equipo de Primera. El tiempo se encargará de dictarle a la historia ese capítulo que viene. Pero si no sucede, en un futuro no tan lejano, cuando sus vidas públicas trasciendan el mundo River, deberán agradecerse mutuamente por el éxito de una fórmula que ya es una marca indeleble.

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