A pesar que no está para las grandes producciones, el equipo que conduce Lionel Scaloni volvió a derrotar sin mayores sobresaltos 2 a 0 a México y confirmó un perfil colectivo austero y eficiente, más allá de no contar con un talento desbordante que ilumine al equipo          

Syd Barrett, el diamante loco que lideró Pink Floyd desde que nació en los 60 (a él está dedicada esa obra monumental bautizada Shine on you crazy diamond) hasta que el ácido lisérgico le voló la cabeza y lo alejó de la creación despidiéndose el 7 de julio de 2006, dejó un gran legado: Pink Floyd tenía que refundarse en su ausencia. Syd, el genio psicodélico siempre reivindicado, no iba a volver más. Salvo su iconografía y sus fantasmas.

En fútbol, Brasil, después del prolongado reinado de Pelé tuvo un duelo que en los mundiales se extendió durante 24 años: desde el Tri en México70 hasta la consagración en Estados Unidos 94. Argentina, después de Maradona en la plenitud de México 86, sigue buscando al eslabón perdido. Al genio imbatible que Messi, sin dudas, no es.

Pink Floyd sin Syd se reconstruyó, aunque nada fue igual. Brasil sin Pelé regresó para coronarse en el 94 y en el 2002 en Corea y Japón. Argentina sin Diego no volvió a la cumbre. La buscó con distintos técnicos, con varias generaciones de jugadores de real calidad y con las apariciones deslumbrantes y claudicaciones repetidas de Messi.

Pero ya está. Los monstruos de la creación no tienen reemplazos a su altura. El talento siempre es intransferible. La Selección nacional todavía no terminó de dejar atrás a los duendes incorregibles de Maradona. Continúa ahí Diego en cada jugador que viste la camiseta celeste y blanca con el 10 en la espalda. Hasta Messi padeció la inevitable comparación. Y perdió.

Esta Selección de vacas flacas (así la definimos después del 2-0 a México del pasado viernes en Córdoba) que conduce Lionel Scaloni encuentra, sin embargo, algo positivo: nadie le puede exigir que juegue en un alto nivel. No hay recursos individuales de gran jerarquía para subirse a los mejores escenarios. No tiene a un genio. O a un diamante loco que ilumine el camino. Tiene personal bien calificado, pero hasta ahí.

Este límite marcado le juega a favor a la Selección. No le impone absolutos. No le crea obligaciones futbolísticas extraordinarias. Arranca desde la austeridad. De los brillos que no están. Y este humilde punto de partida puede generarle cierta tranquilidad. Al plantel y a Scaloni, prácticamente confirmado por AFA para seguir el año próximo dirigiendo a la Selección por lo menos hasta la Copa América a disputarse en Brasil entre el 14 de junio y el 7 de julio de 2019.

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- Con goles de Icardi y Dybala, Argentina le ganó a México en Mendoza

El segundo cruce ante México en Mendoza se formuló en el marco de este territorio. La Selección, con varios apellidos que no estuvieron en la presentación en Córdoba, funcionó con intermitencias, a pesar de que al minuto de empezar el partido ya estaba 1-0 arriba con el buen gol que concretó Icardi con un zurdazo estupendo después de una habilitación profunda y precisa de Lamela.

Le faltó continuidad en el ritmo y en el juego colectivo a la Selección. Pero no habría que detenerse demasiado en las sombras que proyectó el equipo. Porque Argentina está experimentando. Probando. Ensayando. Y Scaloni viendo lo que tiene y lo que no tiene. Para sacar algunas conclusiones y espiar el futuro. Porque la Selección precisa trascender la circunstancia. Y comenzar a perfilar un plantel que encuentre una continuidad en el tiempo. Sin continuidad no hay idea que pueda enriquecerse.

¿Cuál es la idea de Scaloni? Todavía no se manifiesta con absoluta claridad. Pero aparecen algunas señales o mensajes positivos. Por ejemplo, la de controlar la pelota. La de ganar la pelota para descargar y acelerar, como lo hizo en el segundo gol que sobre el cierre del partido conquistó Dybala. Para llevarlo a cabo con un grado de eficacia importante se necesita algo que hoy no acredita en altas dosis: talento individual. No nos referimos a un talento convencional. Sino a un talento que cambie el rumbo de un encuentro.

Ese talento este plantel no lo tiene. Tendrá que construir entonces lo que alguna vez el entrenador de aquella Holanda majestuosa de 1974, Rinus Michels, definió como el talento colectivo. Era el funcionamiento. Los jugadores de cualidades no frecuentes al servicio de un gran funcionamiento.

Claro, contaban nada menos que con ese monstruo que fue Johan Cruyff. La suma de todas las inteligencias aplicadas al juego. Argentina tiene a Messi, que no se sabe si algún día volverá. Por lo pronto, habría que afirmar que no le será sencillo a Messi regresar y ponerse al frente del plantel. El no es un líder. Nunca lo fue. Es un supercrack de todos los tiempos. Al que erráticamente lo acosan las dudas. Por eso no está. Aunque quizás quisiera estar.

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