Mariano Páez es un padre cordobés que, orgulloso de haber sorprendido a sus hijos, publicó la escena en las redes sociales y se volvió viral. DIARIO POPULAR lo encontró y él contó cómo se gestó el regalo más emotivo

Mariano Páez, Jesica, su mujer, y Thiago y Thomas, sus hijos, se pararon con una conservadora llena de latas de coca en las afueras del Mario Alberto Kempes durante todos los partidos que jugó Talleres de Córdoba de local en la B Nacional. Vestidos con la camiseta de la T, las vendían a $25. Gritaban los goles con los hinchas: a través de los estallidos se enteraban de lo que pasaba adentro de la cancha.

Nunca habían trabajado en una cancha de fútbol. Pero durante el primer semestre del 2016 la mano estaba mala. Mariano tenía menos trabajo. Era metalúrgico y en la fábrica le habían suspendido un día, le habían sacado las horas extras. Jesica, empleada en un supermercado, hacía medio turno. Entonces, para llegar a fin de mes, los fines de semana preparaban y vendían pasta frola: la tía de Jesica les regalaba los ingredientes. Y vendían Coca cuando jugaba Talleres.

Debían pagar un crédito hipotecario.

—Estaba ahogado. Tenía que hacer algo. Y a mí no se me caen los anillos— dice Mariano Páez horas después de que un video suyo en el que sorprende a sus hijos con los carnets de socios de Talleres de Córdoba se hiciera viral.

El emotivo video de un padre sorprendiendo a sus hijos hinchas de Talleres

Thiago tiene diez años y Thomas cumplió ocho el viernes. Solamente fueron dos veces a ver a Talleres. Son contemporáneos de una generación que nació en el tiempo equivocado: la T, a lo largo de su vida, deambuló por el Torneo Federal A. No sabían lo que significaba jugar contra River o Boca. Ni siquiera lo que era ser de Primera. Mariano, su papá, se esforzó para evangelizarlos: "Siempre les muestro videos en YouTube: el gol de Daniel Willinton a Belgrano, la Copa Conmebol, que yo la viví hasta los huevos", dice y la tonada cordobesa aparece como producto obvio. Los colores llegan a las venas como una transfusión sanguínea.

—Si yo soy loco por Talleres, mi chiquito más grande me supera. No quiere nada celeste en la casa. Me pone mal, porque cuando perdemos se pone peor que yo— dice Mariano.

Los nenes supieron comprender el crudo momento familiar. Aceptaron salir a transpirar la crisis. Vendían las latitas de Coca Cola, y no pedían ir a la cancha porque sabían que su papá no podía afrontar el gasto. Una tarde, en el medio de un partido, vieron a una familia entera —padre, madre embarazada, bebé en brazos, nena de cuatro años, todos vestidos de azul y blanco— caminando y preguntando por el precio de una Coca Cola. Un vendedor les contestó que costaba $25 y el padre le dijo a la nena que no podían pagarla. Thomas, sentado sobre la conservadora, vio la escena: una nena llorando, un padre haciendo el esfuerzo de explicarle a una niña lo que no puede entender. Miró a Mariano, abrió la conservadora y le regaló una lata a la nena. El padre quiso pagársela. Mariano, con la cabeza, le dijo que no iba a aceptar la plata. "Ojalá te vuelva el doble", le agradeció.

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Y volvió el doble. Guido Herrera, el arquero que se convirtió en impenetrable en la victoria contra Boca, vio el video de Mariano y sus hijos. Le escribió. Le dijo que era un gran padre, que estaba emocionado, que contara con él para lo que necesitara. Los directivos del club se comunicaron con Mariano y Jesica porque prepararon una sorpresa para los chicos. Mariano, ahora, tiene más trabajo. "La cosa en la fábrica está mejor", dice. Trabaja cinco días a la semana y recuperó las horas extras. Por eso, la semana pasada fueron con su mujer a la sede de Talleres para asociar a toda la familia. El cupo de la tarjeta de crédito no les dio para adherir a todos y Jesica, por ahora, quedó afuera. Los tres hombres irán a la tribuna del Kempes el próximo lunes contra Olimpo.

Pero el último lunes a la noche, el día después del histórico triunfo en La Bombonera, Mariano llamó a sus hijos. "Necesito hablar con ustedes", les dijo con un tono amenazante. Sorprendidos, Thiago y Thomas se atajaron: "No hicimos nada malo, papi, ¿qué pasó?". Se sentaron en la mesa. Y el resto es historia: un padre dándole una sorpresa a sus hijos, o construyendo una escena que les quedará grabada para siempre. Como el amor por Talleres.

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