Aquel 25 de enero de hace 40 años, Independiente conquistó ante Talleres, en Córdoba, su campeonato más reivindicado. En un contexto histórico totalmente desfavorable, con tres jugadores menos que Talleres, con un árbitro sospechadísimo y al borde del naufragio, Bochini empató el partido después de filtrar una pared en el área y consumó una hazaña inolvidable. La consagración Roja del equipo que conducía el Pato Pastoriza y presidía Julio Grondona.

Le cerraba todo a Talleres de Córdoba. Y le cerraba todo a la dictadura cívico-militar que ejercía la Junta liderada por el genocida Jorge Rafael Videla, avalada por el Plan Cóndor en sintonía con el terrorismo de Estado creando la figura del desaparecido. Independiente era el invitado de piedra. El que tenía que perder la final del torneo Nacional de 1977 que se definió en la segunda quincena de enero de 1978.

La hoja de ruta preliminar sentenciaba que Talleres debía ser el campeón aquel miércoles 25 de enero, en una provincia que estaba bajo el comando del ex general Luciano Benjamín Menéndez (quien vio al partido desde el placo de honor y visitó previamente el vestuario del árbitro), condenado años después, en democracia, a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad.

La consagración de Talleres iba a expresar para los viejos y nuevos exégetas de la dictadura el triunfo del fútbol del interior como el paradigma de una celebración muy esperada. El presidente del equipo cordobés, el carismático Amadeo Nuccetelli, recibiría en el caso que ese acontecimiento se produjera un formidable golpe de efecto para ser elegido el 6 de abril de 1979 como titular de AFA. No ocurrió. Fue Julio Humberto Grondona, presidente de Independiente por aquellos días, el que finalmente asumió en AFA, sugerido por el nefasto almirante Carlos Alberto Lacoste, de fuerte vinculación con el número uno de FIFA, el brasileño Joao Havelange.

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Independiente campeón

Lo que faltaba para cumplir con los deseos de la cúpula militar, subordinada al poder económico y financiero nacional e internacional, era la victoria de Talleres en el estadio ubicado en el Barrio Jardín, luego del primer encuentro que finalizó 1-1 (el gol de visitante se computaba doble en caso de igualdad) en Avellaneda el sábado 21 de enero.

El árbitro Roberto Barreiro fue designado para dirigir el partido que lo reveló en una versión bochornosa, favoreciendo en todos los fallos cruciales a Talleres, hasta constituirlo en un protagonista central y decisivo de aquella jornada inolvidable. Tan inolvidable que sigue muy presente en el imaginario colectivo, incluso de hinchas que no tienen la camiseta Roja pegada en la piel.

A 40 años de esa noche épica (quizás la consagración más épica de un equipo del fútbol argentino considerando el contexto histórico y las circunstancias) cuando Independiente salió campeón resistiendo la lógica implacable de ese tiempo, los avatares del partido pueden quedar sujetos a la desmemoria.

Repasemos: el Beto Outes a los 29 minutos del primer tiempo anota el primer gol de Independiente con un gran cabezazo. En la segunda etapa, Barreiro sanciona un penal inexistente para Talleres que Cherini transforma en el 1-1. Pocos minutos más tarde, a los 25, Bocanelli va a buscar un centro al segundo palo y mete un puñetazo para clavar el segundo, que desata el desastre. Tres expulsiones por protestar: Trossero, Rubén Galván y Larrosa.

El juez Barreiro había incendiado el partido. Casi la totalidad de los jugadores de Independiente que quedaban en el campo luego de un impasse muy prolongado (Rigante, Pagnanini, Villaverde, Osvaldo Pérez, Britez, Outes, Bochini, Magallanes), querían irse de la cancha. Fue el Pato Pastoriza, entrenador del Rojo, junto con Outes, quienes desalentaron esa postura. Y todavía se recuerdan algunas palabras del Pato que ya forman de los mitos y leyendas del fútbol de todos los tiempos: “Vuelvan a la cancha, sean hombres, jueguen y ganen”.

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No ganó Independiente en la chapa del resultado final. Pero hizo lo que parecía realmente imposible. Con tres jugadores menos que Talleres (ya entregado a una fiesta inminente y coqueteando en varias oportunidades con el tercer gol) y con los ingresos de Bertoni y Biondi por Magallanes y Brítez, armó una pared monumental que Bochini, con la cara interna de su pie zurdo concluyó en la red del Mono Guibaudo la obra colectiva que más sigue reivindicando, por encima de las dos Copas Intercontinental ante Juventus en el 73 y frente al Liverpool en el 84.

Faltaban 7 minutos para el final de una noche de brujas. Talleres se había congelado. Independiente, con el 2-2, se abrazaba a un campeonato que lo conserva en un altar. Bochini, en el día de su cumpleaños número 24, había sido el artesano de una conquista imborrable. Pastoriza hacía su bautismo triunfal como un técnico despojado de versos, tacticismos berretas y chicanas. Y Julio Grondona le ganaba la pulseada a Amadeo Nuccetelli como candidato a asumir como presidente de AFA al año siguiente.

La caída inesperada de Talleres aquella noche del miércoles 25 de enero de 1978 no le cerró diez puntos a la dictadura cívico-militar. La hazaña o el milagro de Independiente había escrito otro desenlace. Para que cuatro décadas después vuelva a evocarse. Y a seguir transitando el camino de la historia que nunca se detiene.

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