A poco más de un mes de aquel incidente que protagonizó Centurión con Coudet, la sanción disciplinaria al jugador tiene un contenido simbólico que supera la magnitud de ese hecho y se expresa como un episodio que legitima conductas autoritarias.

Aquel empujón o empujoncito que le propinó Ricardo Centurión a Eduardo Coudet en ocasión de la rotunda victoria de River por 2-0 ante Racing ocurrida el pasado 10 de febrero, pareció resignificarse para el ambiente del fútbol y para amplios sectores de la sociedad argentina como la posibilidad de ejecutar en una plaza pública a un jugador de 26 años con perfiles y orígenes muy vulnerables.

Centurión ya venía marcado. En el fútbol y fuera del fútbol. Nadie duda que en Racing pretendieron rescatarlo cuando regresó al club después de su paso por Boca, pero ahora en los avatares y en la resolución no efectiva del conflicto con el entrenador del equipo, la medida de aislarlo y borrarlo del plantel como si su presencia fuera peligrosa y perturbadora, delata la dimensión de una postura tan reaccionaria como violenta que el presidente Víctor Blanco por estas horas intenta ablandar.

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Una postura que de ninguna manera debería enorgullecer ni al Chacho Coudet ni a la dirigencia de Racing, sancionando con una dureza extrema a un jugador que se equivocó y enfocándolo como un verdadero marginal no deseado del fútbol argentino. Esto sí que es violencia simbólica.

No es cuestión de apelar a los golpes bajos y a cierta demagogia discursiva para entender el universo que siempre rodeó a Centurión. Pero tampoco se puede gambetear su contexto. Centurión es parte constitutiva de un contexto casi despojado de opciones. Como en su momento lo fue el Hueso Houseman, más allá de las distintas calidades, porque el malogrado René fue uno de los extraordinarios jugadores que dio nuestro fútbol a lo largo de su historia. Y Centurión ni de casualidad está a esa altura.

Lo que queremos reflejar es que el media punta de Racing que ofreció un testimonio desgarrado en la reciente entrevista que brindó en TyC sports, es un rehén notorio pero no infrecuente de las actitudes más despreciables que operan en la sociedad argentina. Porque no se lo ve a Centurión solo como un protagonista conflictivo, capaz de patear diferentes tableros.

Se lo ve de otra manera. Como un outsider no celebrado del fútbol. Como alguien que camina por afuera de las reglas y festeja su transgresión. Como un personaje al que es mejor perderlo que encontrarlo, en virtud de esa caracterización fascista de ubicarlo en el rol estereotipado de ”negro villero” o “negro de mierda”, tan extendido como insulto clasista.

Esa carga imposible de tolerar que lleva Centurión sobre sus espaldas, no es una carga para subestimar. Está siempre ahí. Presente en todos lados. Adentro de la cancha. Y afuera de la cancha. Que emplean algunos rivales y muchos anónimos. Y que se terminó naturalizando como síntoma de una fractura que por supuesto trasciende largamente al fútbol.

La herramienta que a Centurión mejor le permitió defenderse fue el fútbol. Quiso distinguirse. Y se distinguió sin ser un fenómeno. No lo fue ni lo es. Tiene manejo y cierto desequilibrio en el mano a mano, pero nunca tuvo chapa real de Selección, como los medios (más audiovisuales que gráficos) anticipaban. El se entregó en muchas oportunidades más al fulbito que al fútbol. Y se confundió. Quiso mostrarse como un crack que bailaba sobre la pelota sin ser un crack. Es un buen jugador. Y por ahora no supera esa medida.

Un buen jugador con aires de provocador, de canchero, de sobrador. Se apropió Centurión de esa máscara. De ese physique du rol. Y le jugó en contra. Le desacomodó el tablero. Lo fue sacando del foco. Quiso brillar antes que jugar bien, cuando la prioridad siempre es jugar bien. Después se verá si pueden adquirirse brillos, que no son imprescindibles para dibujarse en el corazón de los hinchas.

Quería ostentar Centurión. Quizás para ir tapando voces fuleras del pasado y voces muy crueles del presente. Ostentar es un signo de debilidad. No de fortaleza. Revela insatisfacciones. Zonas sin cubrir. Apagones no siempre declarados. Deudas existenciales que todos vamos llevando como podemos. Algunos bien y otros mal.

El empujón o empujoncito en la noche de aquel baile terrible que le pegó River a Racing en el Monumental, desató lo que en cualquier instante podía desatarse. Coudet se sintió desautorizado en público y buscó refugio y amparo en la institucionalidad de Racing. Fue demasiado. Un exceso disciplinario. Una sobreactuación innecesaria que Coudet protagonizó, como si él fuese el santo de la espada.

Así no se demuestra autoridad. Así se actúa para la tribuna. Y Coudet actuó para la tribuna. Y para los medios. Centurión se quedó sin agua en medio del desierto. Clamando en la tele por un perdón. Ser un buen técnico es también saber hablar con los jugadores. No borrarlos. No tirarlos abajo de un tren. ¿Esta medalla de lata se va a colgar Coudet?

Centurión siempre fue un blanco fijo. Basta con recorrer su breve y tumultuosa historia. Por eso encontrar una respuesta que habilite cierta armonía es mejor que señalar con onda y recursos de patrón ofendido.

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