Muchas de las actividades que realizamos todos los días, las hacemos “en piloto automático”. Sin embargo, tenemos una notable capacidad para anular nuestros hábitos e impulsos.
La conciencia encarna el rol del “director ejecutivo” de la mente: es capaz de coordinar una serie de procesos básicos y automatizados para evaluar diferentes aspectos de la situación, de manera que pueda generar una respuesta que se adecúe de forma óptima a las particularidades del contexto.
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Este tipo de respuesta no podría lograrse por medio del procesamiento automático, ya que solo genera respuestas similares a demandas similares. Cuando el contexto cambia o surge algún imprevisto y la forma en la que valoramos y reaccionamos habitualmente deja de ser válida, la conciencia debe entrar en acción para dar sentido a la nueva información y poder generar una respuesta que se adecúe más al nuevo entorno.
Ahora bien, un sistema de procesamiento consciente, deliberado y controlado no garantiza que las decisiones que tomemos sean las más racionales ni las más adecuadas. Uno puede lograr lo que quiere (no siempre, por supuesto), pero si no maneja el tiempo y las emociones, puede terminar frustrado. Ahí es donde el autocontrol cumple una función determinante: saber decir que no a una solución o satisfacción a corto plazo, reconocer que por más simple que parezca no es la solución correcta. Resulta imprescindible ordenar nuestras prioridades.
Según una publicación de la Escuela de Negocios Harvard hay ocho medidas que podemos poner en práctica para mejorar nuestra toma de decisiones.