Cada salida al exterior le deja al Presidente una sensación de bienestar por la buena recepción que logra, que contrasta con la ansiedad por alcanzar resultados que demoran. La distancia sirvió para analizar medidas a adoptar y sopesar pros y contras. La oposición y sus pasos hacia la unidad.

La distancia da la posibilidad de ver las cosas en perspectiva, y así podría esperarse que las contemplara el gobierno estos días en que su núcleo estuvo en Europa, alejado de la cotidianeidad dominada por cuestiones domésticas que a veces son de poca monta, pero concitan la atención completa. Sin necesidad de alejarse tanto, las principales espadas del Ejecutivo suelen pecar de suficiencia y minimizan cuestiones que atendidas de entrada podrían no tener un efecto tan pernicioso. Pero esa ya es otra discusión.

Esta semana el Presidente y sus principales colaboradores estuvieron dedicados al plano internacional, ese en el que Mauricio Macri parece brillar, pero donde los efectos concretos se siguen demorando. El mandatario se mostró satisfecho a la hora del balance de su gira, en la que volvió a encontrarse con líderes mundiales, pero ya se sabe que en ese plano los resultados concretos suelen tardar más de lo deseado. Las imágenes del encuentro con Emmanuel Macron lo mostraron muy en sintonía con Macri, departiendo como amigos, pero el argentino se vuelve sin poder anunciar el acuerdo UE-Mercosur por el que viene bregando. Se seguirá conversando.

El rol de presidente del G20 le vino perfecto a Macri para sumar encuentros de altísimo nivel, como el que tuvo con Angela Merkel, pero a la hora de avances concretos, tal vez lo más prometedor sea lo más lejano: la posibilidad de organizar el Mundial 2030, del que habló Macri con Gianni Infantino, titular de la FIFA. No podrán negarle al presidente argentino idoneidad en el plano futbolístico.

En rigor, sí hubo un anuncio concreto y fue que la empresa estatal INVAP ganó una licitación para construir un reactor nuclear para Holanda, que demandará una inversión de 400 millones de dólares. Ese sí fue un gol argentino.

La distancia sirve para poner paños fríos y por eso debe haber sido que desde el entorno presidencial se dejó trascender que más allá del fastidio real que causó el affaire Triaca, el ministro de Trabajo pueda respirar más aliviado. Madura en la cabeza del Presidente la idea de retenerlo en el cargo, pensamiento no compartido con buena parte del gobierno, que lo ve como un problema. Sin embargo el Presidente analizó pros y contras, y habría llegado a la conclusión de que no es momento para cambios en un área tan sensible y que será de las que tengan mayor dinamismo en los tiempos que vienen, cuando deba debatirse la reforma laboral, seccionada en las partes que sea, y sobre todo se discutan los convenios sectoriales. Eso que algunos definen como “la verdadera reforma laboral”.

Cómo sería iniciar esas negociaciones improvisando con un nuevo funcionario, se pregunta Macri, habida cuenta de que un repaso de nombres que ya se hizo no lo convenció. Llegaron a trascender eventuales reemplazantes y ninguno traspasó el filtro. Se habló de Marcelo Villegas, con pasado en Pérez Companc y el grupo Suez, ministro de Trabajo bonaerense -pues la primera alternativa suele ser elegir reemplazos en la provincia de Buenos Aires-, pero el funcionario está lejos de ser un interlocutor del agrado de los sindicalistas de mejor diálogo con el gobierno nacional, que siguen apostando a la continuidad de Jorge Triaca. Alguno de los cuales llamó preocupado a un funcionario cuando entre los nombres barajados sonó el de Patricia Bullrich. Un déja vu debe haber asaltado a más de un gremialista al recordar la tormentosa relación con “La Piba” en tiempos de la Alianza.

También se mencionó al vicejefe de Gobierno porteño Diego Santilli, quien se apresuró a excluirse del casting, aunque bien se sabe que la última palabra en la elección la tiene el Presidente. Igual, no sería el elegido quien en 2015 fue sugerido por Hugo Moyano cuando se barajaban nombres para el Gabinete.

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El ex titular cegetista precisamente esta última semana estacionó su camión cargado de pirotecnia y munición gruesa en la vereda de enfrente del gobierno, dispuesto a dar pelea. Se había mantenido callado al conocerse la denuncia de la PROCELAC, tras un informe de la UIF, contra él y su hijo Pablo, su gremio y grupos económicos vinculados. Pero cuando el cerco avanzó amenazante sobre el club Independiente, el líder camionero salió a dar pelea, mostrándose sumamente duro con el Presidente, y anunciando una movilización para el 22 de febrero, que se descuenta será gigantesca: Moyano buscará ese día mostrar su musculatura para la pelea en ciernes.

La movilización es un tema que dominan y los hace temibles; no así las declaraciones, donde los sindicalistas suelen quedar mal parados. Acaba de pasarle una vez más a Luis Barrionuevo y ahora Moyano recorrió el mismo camino. Si hasta se mostró conciliador con Cristina Kirchner, habilitándola para participar en la reconstrucción del peronismo. “No se puede discriminar a nadie”, argumentó. Y hasta puso en duda las sospechas sobre la ex presidenta: “No sé si Cristina fue corrupta”, deslizó. Música para los oídos oficiales, donde siguen entusiasmándose cada vez que un opositor se abraza a CFK.

Moyano fue aún más lejos al señalar que “hay gobiernos que se quedan con plata y le dan de comer a la gente con necesidades, y otros que se quedan con plata y no le dan de comer a los que tienen necesidades”. Héctor Daer se despegó presuroso, advirtiendo sobre el viejo y cuestionable axioma “roban pero hacen”, exponiendo las diferencias cada vez más marcadas en el campo sindical, donde muchos gremios poderosos rehuyen de hacer causa común con el líder camionero en este choque.

En el mismo sentido que su padre avanzó Pablo Moyano al cruzar al gobernador salteño por exigir la marginación de Cristina Kirchner en una reorganización del peronismo. “Urtubey está más cerca del gobierno que del peronismo”, descalificó el número 2 del gremio camionero, también vicepresidente del PJ bonaerense, que como tal se mostró el viernes en la cumbre peronista realizada en Costa del Este, donde se emitió un comunicado muy crítico con el gobierno nacional y el bonaerense. A esa cumbre asistió también Roberto Baradel, otro sindicalista en busca de aliados a la hora de confrontar con el gobierno, en su caso el bonaerense.

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El Ejecutivo no ve con malos ojos que la unidad declamada incluya caras polémicas. En el peronismo en cambio no lo ven como un contrapeso, más bien lo contrario. Los dejó muy conformes el encuentro celebrado el viernes en Costa del Este, donde las ausencias fueron contadas y circunscriptas al peronismo de La Matanza, con el que la nueva conducción del PJ provincial tiene diferencias de origen. El kirchnerismo, que se presumía no estaría, asistió. Fue un avance hacia la unidad, dicen, y descuentan que contarán con el massismo, aunque Margarita Stolbizer insista en que su socio solo se sacó “fotos de verano”, y que la idea de un “frente popular y progresista” sigue fuerte. Su problema no son las fotos, sino los diálogos telefónicos que no paran.

En el gobierno por ahora no quieren hablar de temas electorales. Falta mucho. Los preocupa la radicalización de la oposición, a la que involuntariamente -o no- no dejan de brindar elementos unificadores. Pasó con la reforma previsional; pasa ahora con el mega DNU. El oficialismo se garantizó por dos años el dominio de la bicameral encargada de emitir dictamen sobre esos decretos, pero eso no impide que la oposición pueda reunirse para voltearlo en el recinto. Tiene los votos para hacerlo, necesitaría conseguirlo en las dos cámaras; ningún gobierno sufrió nunca semejante traspié, de ahí el entusiasmo sobre todo del kirchnerismo en Diputados. Algunas fuentes oficiales sugirieron la posibilidad de evitarlo transformando ese decreto en proyecto de ley. Suena hipotético, pero no deja de ser una alternativa, aunque en ese caso el gobierno sabe que una parte del texto quedaría en el camino durante el tratamiento en particular.

Y está también el frente interno, ahí donde tallan fuerte los aliados de Cambiemos. Sobre todo Lilita Carrió, cuyo retorno de las vacaciones es esperado para ver qué piensa del caso Triaca y de este DNU. Dicho sea de paso, tampoco los radicales están muy cómodos con ambas cuestiones, aunque son más moderados a la hora de exhibir discrepancias.

Otro plano interno de Cambiemos es el de sus votantes, desencantados muchos por medidas que impactan de lleno en la clase media. Pero tantas voces desestabilizadoras han retemplado a un sector que ya está pensando en una movilización para el 1 de abril, a un año de esa histórica que sirvió para revertir el mal clima que venía acumulando el gobierno en 2017, también después de una serie de errores propios y el accionar desembozado del “club del helicóptero”. Este año cae domingo. Falta mucho, pero más de uno se entusiasma con la idea de repetir el resultado del año pasado.

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