River dio una verdadera muestra de la estirpe copera que supo forjar en los últimos años y, cuando todo parecía perdido, logró una agónica clasificación a la final de la Copa Libertadores al vencer a Gremio por 2 a 1, en Porto Alegre.
Leo Gomes, a los 36 minutos del primer tiempo, puso en ventaja a los locales con un derechazo cruzado a la salida de un tiro de esquina. Rafael Santos Borré, con un cabezazo a los 36 del complemento, emparejó las acciones. Y Gonzalo Martínez, con un penal sancionado a instancias del VAR, selló el 2 a 1 en el quinto minuto del tiempo adicionado al reglamentario.
De esta forma, River logró revertir merced al valor de los goles como visitante la derrota por 1 a 0 que sufrió hace una semana en el Monumental. Y se convirtió en el primer finalista de la presente edición tras eliminar al último campeón.
Gremio jugó los últimos minutos con un hombre menos a raíz de la expulsión de Bressan, quien recibió la segunda amarilla por una mano tras un remate de Ignacio Scocco, en una jugada muy discutida con los brasileños.
Sin embargo, y a diferencia de los ocurrido en la fase anterior, cuando River se valió de una injusticia arbitral basada en la omisión del VAR para eliminar a Independiente, esta vez la tecnología dio paso a una decisión correcta del árbitro uruguayo Andrés Cunha.
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River lo ganó de guapo y una vez más volvió a demostrar que nunca se lo puede dar por vencido. Cuando no encontraba el rumbo en el partido y Franco Armani le había tapado un mano a mano a Everton que hubiera significado el 2 a 0, apareció ese temple que supo distinguir a River, hacerlo diferente de otros equipos e incluso de varias versiones de su propia historia.
Es que parecía muerto, River. Porque de nada había servido la muy buena actuación del primer tiempo, lapso en el que dominó a Gremio por personalidad y por fútbol.
Sin embargo, Gremio se puso en ventaja en una jugada aislada y trazada en un pizarrón. Y ahí cambió el partido: Gremio tomó confianza y fue enfriando el desarrollo, incluso con algunas acciones al borde del reglamento. River se fue apagando en su fútbol, pero nunca en su fe.
Y así llegó el gol (¿con la mano?) de Borré. Y después el VAR, el penal, la polémica y el gol del Pity Martínez. Y al fin, el pasaje a la final. A River nunca hay que darlo por muerto. Volvió a quedar demostrado.
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