Milei necesita a Kicillof para galvanizar a los suyos y nacionalizar la campaña. Kicillof necesita a Milei para explicitar la diferencia. En ese juego, el riesgo es que el barro lo cubra todo y pierda de vista el debate real.
Javier Milei eligió a Axel Kicillof como blanco de su último acto político en la provincia de Buenos Aires. Lo llamó “pelotudo”, “burro eunuco”, “pichón de Stalin” y “zar de la miseria”. El gobernador respondió sin levantar el tono. Detrás del intercambio, se juega mucho más que un round de insultos: una disputa por el sentido, el poder y el estilo en la política argentina.
En la fría tarde del jueves, sobre el escenario montado en el Club Circunvalación de La Plata, el presidente convirtió lo que parecía una presentación del partido oficialista en territorio bonaerense en una escena cuidadosamente coreografiada para polarizar. “¿Quién es el gobernador de esta provincia?”, preguntó a su audiencia, ya encendida. “¡El pelotudo de Kicillof!”, se respondió él mismo, con una sonrisa que osciló entre la burla y la provocación. Y no se detuvo ahí: lo llamó “pichón de Stalin”, “burro eunuco”, “zar de la miseria” y “monarca diminuto”. También ironizó con que “no puede sumar ni con un ábaco” y lo responsabilizó por haber llevado a la provincia “a la miseria más absoluta”.
La escena no fue espontánea. Fue guionada. Milei no improvisa cuando insulta: calcula el efecto. Sabe que esas frases, repetidas en reels, noticieros y posteos, multiplican su alcance. Y sabe también que al elegir a Kicillof como enemigo, pone a rodar una batalla con volumen nacional, incluso cuando se presenta como un acto partidario en clave local.
Del otro lado, Kicillof optó por no subirse al ring. No contestó con agravios, pero tampoco se llamó a silencio. En Mar del Plata, desde una entrega de patrulleros y escrituras, envió un mensaje que fue leído como respuesta: “El que insulta y grita es porque no tiene razón. En vez de andar insultando, que se ocupe de los problemas de los argentinos”. Un día antes, en San Cayetano, había dicho que “no necesitamos maltratar ni insultar a nadie, sino seguir trabajando”.
Desde su entorno interpretan los ataques como parte de una estrategia presidencial para forzar un enemigo que le permita ordenar su narrativa. “Milei necesita polarizar con alguien que tenga densidad política y presencia territorial, y Kicillof le ofrece eso. Por eso lo elige, no porque lo subestime, sino precisamente porque lo considera su contrapeso más serio”, razonaba un funcionario bonaerense en off este viernes.
El contexto no es menor. El 7 de septiembre se realizarán las elecciones legislativas en la provincia de Buenos Aires, donde La Libertad Avanza necesita consolidarse para salir del rol de fuerza emergente y ocupar un lugar real en el mapa de poder.
En ese sentido, el acto de Milei fue también un test político interno: buscó ordenar a los suyos (con Karina Milei, Guillermo Francos y Martín Menem presentes) y marcar el terreno frente a un gobernador que conserva altos niveles de conocimiento y, sobre todo, gestiona en ese territorio dia tras dia, que es lo que los kicilofistas buscarán mostrar en esta campaña. En palabras del propio Milei: “Este enano mental no entiende cómo funciona una economía. Por eso tiene la provincia fundida. Vive repitiendo las ideas fracasadas del socialismo, y claro, así estamos”.
La respuesta no llegó solo desde Kicillof. En redes, Victoria Tolosa Paz recogió el guante y se metió en la disputa, usando incluso inteligencia artificial para comparar los liderazgos de Milei y Stalin. “Relato totalizante, personalismo extremo, odio al disenso, discurso místico… Bastante stalinista, ¿no?”, ironizó en su cuenta de la red social X. El propio Milei le devolvió con sorna: “No sé si es más pelotuda la diputada o el bot que programó”.
Más allá del barro, lo que se está dirimiendo es un modelo de representación. Milei opera con una gramática de confrontación absoluta: enemigo, exabrupto, redes. Kicillof ensaya otra lógica: gestión, tono institucional, territorialidad. La pregunta no es quién gana el cruce, sino qué forma de hacer política gana adhesión en una sociedad fragmentada entre quienes lo ven todo como una guerra cultural y quienes aún esperan que la política les resuelva la vida concreta.
Por ahora, ambos se necesitan. Milei necesita a Kicillof para galvanizar a los suyos y nacionalizar la campaña. Kicillof necesita a Milei para explicitar la diferencia. En ese juego, las formas importan tanto como el fondo. Pero el riesgo, si el barro lo cubre todo, es que se pierda de vista el debate real. ¿Qué se hace con la pobreza, con las escuelas, con los hospitales, con la inseguridad, con la inflación que ya no se siente sólo en el supermercado sino en la esperanza de futuro? Por lo pronto, la política argentina sigue girando en ese dilema: entre el insulto que viraliza y la gestión que resiste